Adelanto de la novela New Ámsterdam, de Leonardo Caparrós
Capítulo 0
Good evening Mr. Torreblanca, please come with me, le dijo una enfermera delgada, de nariz ganchuda, que lo recibió en el piso quinto del edificio central del Massachusetts General Hospital. Lo recostaron en la camilla en una sala en cuya puerta se leía: Medical Procedures. Había también una mesa de metal con equipos para monitorear la presión, la saturación y el ritmo cardiaco, un armario blanco con puertas de vidrio y una luminaria enorme en el techo, que se veía como una nave espacial dejando la tierra apresurada. Una médica diminuta, con unos lentes de carey negros que le cubrían medio rostro, se le acercó con una tabla amarilla de plástico llena de formatos. Mr. Germán Torreblanca, right? My name is Kim Wenliang, genetic specialist. I need you to give me some information before starting the procedures. No problem, dijo Germán. Wenliang transitó aplicada su cuestionario y llamó a un par de enfermeras para que le tomaran los signos vitales y, lo prepararan para los exámenes y la biopsia. Relax, Mr. Torreblanca, le dijo una de las enfermeras con sonrisa coqueta mientras le llenaba el cuerpo de chupones y agujas. Tiene razón, pensó Germán, debo relajarme, tomarlo con calma. Son tan solo unos exámenes, procedimientos simples como dijo la doctora Wenliang. Confiar, si pues, debería confiar, se dijo.
En menos de tres horas le tomaron las muestras de sangre y le hicieron la biopsia. Tanto viaje para esto, refunfuñó en silencio. Salió del hospital, bordeó el Rio Charles y enfiló hacia una fonda poco iluminada en la calle Irving, llamada la Bird Tavern. Tenía ganas de ser optimista. No hay razón para preocuparse, pensó mientras ordenaba una Budwieser y una hamburguesa, ninguna razón. En la pared frente a él, los Celtics volvían a perder en la temporada regular, esta vez frente a los Bulls. What a fucking season!, gruñó alguien desde la barra.
Una semana después de aquel viaje, Masterhold lo citó a su consulta con tono grave. Tenemos que hablar, Germán, me llegaron los resultados de Boston. ¿Malas noticias, doctor? Tenemos que hablar, hijo, vente en la tarde.
Germán no supo esperar, inventó un problema que debía resolver con urgencia y salió de la oficina. Trató de no adelantarse, pero temía lo peor, la voz de Masterhold era implacable, algo grave tenía, algo habían encontrado en los exámenes genéticos o en la biopsia muscular que le hicieran en Boston, algo que no se podía comentar por teléfono, debía escucharlo, sentado, con las manos en los muslos, sudando, con la camisa suelta y los ojos clavados en los inútiles diplomas en la pared. Masterhold hizo un poco de ceremonia, revolvió sus papeles sin ningún motivo y se sentó desganado, como si hubiera preferido no tener que hacerlo. Miró la puerta, pero nadie entró. No tuvo otro remedio.
Distrofia muscular aguda de Becker, un trastorno hereditario ligado al cromosoma X, una enfermedad rara, una miopatía muy poco común, a decir verdad. ¿Hereditaria?, increpó Germán con ligero sobresalto, ¿eso quiere decir que mis padres la tienen? No exactamente, corrigió el médico, solo que la mutación que la ha causado tiene su origen en ellos, pero eso tampoco es seguro, a veces las mutaciones son nuevas, las produce uno mismo, el medio ambiente, lo que comemos, tantas cosas, ya te dije, es muy rara esta enfermedad.
Muy profesional, Masterhold repasó con Germán los síntomas y cómo estos coincidían con su caso. Hablaba moviéndose poco: tan solo sus dedos tocándose, como si fuera una araña divirtiéndose frente al espejo. Germán notó que Masterhold no llevaba anillo y que tampoco había fotos privadas en su consultorio. ¿Será gay?, pensó, y cayó en cuenta que no sabía nada de su médico; salvo por su apellido y su reputación, el hombre que le hablaba era un desconocido perfecto.
En paralelo, en algún lugar de su cerebro la voz de Masterhold continuaba mecánica con su descripción. ¿Problemas cognitivos? ¿Qué significa eso, yo no tengo…?, interrumpió Germán. Esto es referencial, hijo, se adelantó el médico, pueden presentarse en algún momento, o quizás no presentarse del todo. Hay niveles…, y no siempre son evidentes. Masterhold odiaba estas conversaciones, nunca sabía por dónde empezar ni qué tanto detalle era el necesario. ¿Quiere un desahuciado una explicación científica de por qué se muere? ¿Cómo te gustaría saber que te mueres? ¿Te gustaría? Masterhold no tenía repuestas, a pesar de su mucha experiencia no tenía idea de cómo hacerlo, así que prefería no pensar. No planeaba nada, le avisaba a su paciente y trataba de distraerse en otros temas hasta el momento de la cita. Cuando lo tenía en frente, improvisaba, regido por muy pocas reglas: nunca mencionar la palabra muerte, jamás hablar sobre cuánto tiempo le puede quedar de vida al paciente, y lo más importante, no tocarlo. Nada de abrazos ni palmeos, evitaba cualquier contacto físico. Quería distancia.
¿Entonces, cómo está seguro de que tengo eso?, contraatacó Germán, aferrándose a la esperanza, a la fisura que había dejado el discurso de su médico. En eso era bueno y lo sabía: encontrando errores, puertas falsas, esos espacios en blanco que hay en todo argumento. Los exámenes, hijo, son contundentes, sentenció Masterhold. Todos producimos una proteína llamada distrofina, que es esencial para mantener la estructura y mecánica de la fibra muscular. La distrofia muscular de Becker se produce por mutaciones que alteran la distrofina de tu cuerpo, lo que impide que esta cumpla su función en forma adecuada.